El país sin pobres


Al final fue algo mucho más simple de lo imaginado. Bastó con un decreto, uno de necesidad y urgencia, escrito en Arial 12, en dos escuetos párrafos redactados a primera hora de una calurosa mañana de primavera. El documento prohibió de una vez y para siempre la pobreza en el país. Desde aquel día estuvo prohibido por decreto ser pobre. Además, el decreto era muy claro en el severo castigo que recibiría aquel que evidenciara cualquier tipo de pobreza. La cárcel de por vida, o el destierro a países limítrofes que todavía toleraban la ignominia del desamparo. La nación, la moderna sociedad civilizada del país elegido por Dios ya no estaba dispuesta a seguir soportando la tremenda carga de la pobreza que crecía exponencialmente por doquier. Entonces, al fin un gobernante tomaba el toro por las astas, y de una vez por todas prohibía aquel mal endémico que la cobardía de sus predecesores había querido ocultar.
Al principio, como siempre, explotaron voces opositoras que tras los tecnicismos legalistas escondían oscuros negocios que propiciaban la pobreza, pero la férrea convicción del gobierno, y de los hombres y mujeres de bien sostuvieron el poder del estado, y la ley se impuso por sobre todos los intereses retrógrados, mezquinos y sectoriales.
Poco tiempo después ya podían verse las evidencias que el decreto gubernamental había logrado para la sociedad toda. De pronto, ya no había mendigos, ni cirujas ni nada que contraviniere la arquitectura del perfecto orden social. Entonces, ya no hubo pobres, nadie osaba llamarse pobre, aunque no tuviera dinero para comer ese día, reconocía y podía jurar apenas una insolvencia pasajera producto de su impericia para anticipar los cambios bruscos del mercado. Si alguien no tenía dinero para comprar carne optaba entonces por el vegetarianismo y se alegraba de ello pues eso le permitía cuidar la salud de sus arterias. Si no le alcanzaba el dinero para comprar el combustible del auto de ninguna manera eso lo hacía pobre, muy por el contrario era una oportunidad única de aportar al cuidado del medio ambiente.
En el pasado nadie se había imaginado que acabar con la pobreza fuera una tarea tan simple.
La humanidad miraba con envidia los adelantos sociales que ocurrían en esta nación emergente, y sin un solo pobre.
¿Usted es pobre? No señor, para nada. Acá somos todos ricos, felices y decentes. Decía cualquier hijo de vecino si alguien preguntaba. La palabra pobre, y sus derivados desaparecieron tiempo más tarde de los diccionarios y de la boca de las personas. El turismo se desarrolló como nunca antes. Mucha gente viajaba desde distintas partes del mundo para conocer el país sin pobres. Algunos visitaban los opulentos castillos de la aristocracia gobernante; otros preferían los safaris por las desérticas llanuras inmensas donde, de vez en cuando, podían encontrarse algunos vestigios de una choza, o de un rancho.

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