El casi Lobizón
Comparto el texto completo del audiocuento "El casi Lobizón".
Me lo dijo así, de una:
“Ignacio, me parece que soy un lobizón”. No me dijo Nacho, como todo el mundo,
sino Ignacio porque como dice mi viejo, Pedrito González es el mitaí más
respetuoso de toda la escuela. Y la verdad, que no tengo ni una evidencia para
demostrar lo contrario. Yo lo miré, y aunque en ese momento pensé que era
gracioso que Pedrito se creyera lobizón, en realidad me puse serio y hasta me
asusté un poco. Seguramente porque me tomó de sorpresa. Tendría que haberlo
sabido, haberlo anticipado pero se me pasó, y una vez que Pedrito me apartó en
el recreo, junto a la tercera columna del tinglado de la escuela, supe que ya
era tarde, porque cuando a Pedrito González se le mete algo en la cabeza es muy,
pero muy difícil hacerlo cambiar de opinión.
Ah, por si no lo dije
antes, Pedrito González es mi mejor amigo, no quiero que le pase nada malo, y
soy capaz de hacer cualquier cosa para ayudarlo. Según yo entiendo, todo empezó
hará como dos semanas atrás, en la clase de Lengua, cuando la maestra, la
señorita Ramonita, que a pesar de tener más años que una momia insiste en que
le digamos señorita, tuvo la genial idea de entregarnos una fotocopia, con un
texto que hablaba sobre las leyendas de noreste argentino. Nos habíamos
dispuesto en grupo, los cuatros jinetes del apocalipsis, como nos llamamos a
escondidas de Ramonita, que si nos pesca con semejante sacrilegio va a poner el
grito en el cielo. Estaba yo, el burro por delante, Pedrito González, el ahora
automencionado lobizón, Oscarcito Ramos alias palito, porque es flaco como un
alambre, y Beto Pérez, cariñosamente llamado Dogor. Al principio su sobrenombre
era una cargada para no decirle gordo derecho, porque Beto nos podía dar una
paliza. Después el apelativo cobró otra fuerza, y su nombre resultó parecido al
nombre de un rey, o de un dragón, y eso al gordo lo hacía sentir el amo de la
escuela. Es curioso lo que pasa con algunas palabras, uno las dice y se van
repitiendo de boca en boca, y en ese viaje la palabra va adquiriendo algo así
como una vida propia. Deja de ser lo que era cuando alguien la pensó por
primera vez y empieza a ser otra cosa. Y volviendo al tema, Pedrito González
estaba convencido de que su destino estaba escrito, y que muy pronto dejaría de
ser el niño inocente y respetuoso que era, y sería otra cosa, nada menos que un
lobizón. La idea le vino con el texto aquel que nos obligó a leer la señorita
Ramonita. Entre otras cosas el texto hablaba de “La Pora”, una especie de espíritu,
de fantasma que aparece en las noches oscuras y tormentosas en las taperas, o a
la vera del camino; “La Luz Mala”, algo similar a “La Pora” pero que se manifiesta
como una luz ardiente. Hay quiénes dicen que donde aparece una luz mala está
enterrado un tesoro, pero que si no es para uno la luz se moverá y lo hará
perderse en el monte. A todos, nos gustan las historias de fantasmas y de
monstruos, solemos juntarnos en lo de Oscarcito Ramos y después de hacer los trabajos
en grupo miramos alguna que otra película de terror.
Aquel día, Pedrito González
estaba como perdido, como ido a otra parte mientras leía el texto, porque justo
ese día le tocaba leer a él, además para complicar las cosas la lectura tenía
cinco páginas de esas grandes de fotocopia.
Pedrito no levantaba la
vista, y leía; leía sobre “El Pombero”. El texto traía una especie de dibujo
del mítico personaje en medio de la página. Es un pequeño ser, decía el texto,
con un gran sombrero, y que siempre lleva un cigarro en la boca. Además, tiene
la habilidad de desaparecer, y si acaso uno se hace su amigo, el Pombero lo
cuida y lo protege. “Mi viejo me dijo que vio un pombero” saltó el Dogor, como
para darle credibilidad a la lectura que nos proponía Ramonita. Y nadie estaba
dispuesto a contradecir a Beto cuando se ponía serio y clavaba los ojos en los
que lo escuchaban. “Una vez nos contó a mi hermano y a mí que en el puesto
donde él trabajaba, cuando vivíamos cerca de Villafañe, solía arrimarse un
pombero, y lo sabían porque les silbaba cuando caía la noche. Mi viejo, nos
dijo a mi hermano y a mí, que cuando eso pasa hay que ignorarlo, no hacerle
caso, y de seguro se va sin molestar”. ¿Y funcionó?, le preguntó Oscarcito,
¿Qué cosa?, que no le hicieran caso para que se vaya el pombero. No sé, después
de eso mi viejo no fue más al puesto, y ya nos vinimos a vivir a Formosa.
Pedrito González siguió
leyendo, y entonces llegó a la última página donde se hablaba de una sola cosa,
El temido lobizón. No había dibujos, creo que no hacía falta porque un lobizón
es básicamente un hombre lobo, y quién no sabe cómo es un hombre lobo. Es el
más capo de todos seres mitológicos, el que tiene más fuerza, el más feroz, el
más famoso. Hay un montón de películas de todos los países del mundo sobre los
hombres lobos. ¿Cuántas películas hay de los pomberos? Ninguna. Bueno, a lo
mejor si se consideran los cuentos de hadas donde aparecen duendecitos, pero sin
duda que nadie es tan famoso como el lobizón. El caso es que todos nos
entusiasmamos con esa parte del texto. Le pedimos a Pedrito que leyera varias
veces la descripción del lobizón. Y aunque el texto hablaba de sus garras, de
sus colmillos, de su pelaje, de su tamaño y de su fuerza, se me hace que se
quedó corto, y que le faltaba más información. Estoy seguro que el que escribió
ese texto jamás había visto un verdadero lobizón, y sólo repetía lo que decían
otros, que a lo mejor tampoco habían visto uno de cerca.
Calculo que a Pedrito
lo que lo traumó fue justamente eso, la información, falsa (a mi entender)
sobre el principal requisito para ser un lobizón. Dice la leyenda, leyó Pedrito,
que el séptimo hijo varón se convierte en lobizón cuando se hace adulto, en las
noches de luna llena. En ese momento, tendría que haberme dado cuenta, lo
reconozco, fue un error mío, yo tenía que haberme dado cuenta, por el cambio en
el tono de voz de Pedrito, que después ya no pudo seguir leyendo, y entonces le
sacó el texto de la mano el Dogor. Yo me reía y les decía que eso es imposible,
que no puede ser. Que no hay que creer en todo lo que dicen los libros. Por
tratar de convencerlos, lo que además era en vano, me olvidé de algo
fundamental: en la casa de Pedrito eran trece hermanos, y no había ni una sola
mujer. Sólo había que contar para darse cuenta de que él era el séptimo, el
séptimo hijo varón.
Después de ese bendito
texto en la clase de lengua, de la eterna señorita Ramonita, Pedrito González
ya no fue el mismo. Salía a los recreos sólo porque Ramonita lo amenazaba con
dejarlo encerrado en el curso. Si siempre había sido un vago serio ahora la
risa había perdido cualquier esperanza de aparecerse por su cara. Pasaron unos
días y entonces fue que no aguantó más, me llevó a la tercera columna del tinglado,
que pertenecía a los jinetes del apocalipsis, por antigüedad y permanencia, y
se despachó sin más protocolo con que estaba seguro de que era un lobizón, o
mejor dicho un casi lobizón, porque todavía no había llegado la luna llena que
iniciaría su transformación en el monstruo de la leyenda.
No pude decir nada que
lo convenciera de lo contrario. Si yo fuera Pedrito González y me hubiera encontrado
de pronto con esta cuestión de ser o no ser lobizón supongo que hubiera actuado
de la misma manera que él. Pero bueno, yo no soy Pedrito González. En mi familia,
todos dicen que nosotros no somos igual al resto de la gente, que somos únicos
en nuestra especie.
De todas maneras me
puse mal por Pedrito, pobre, la estaba pasando realmente mal y todo por una
pavada, por culpa de la señorita Ramonita que nos tiró ese texto, que además, estoy
seguro, la mayor parte de la información era incorrecta, sobre todo la que
hablaba del lobizón. Aunque el autor se ampare en que se trata de leyendas
populares, no debería andar repitiendo verdades que no han sido lo
suficientemente investigadas. Uno no sabe el efecto que eso puede producir en
los lectores. Sino mírenlo a Pedrito que se cree un casi Lobizón. Y anda
consultando calendarios para ver cuando cae la próxima luna llena; y resulta
que es la próxima semana justo cuando cae su cumpleaños. Es muy injusto. Para
colmo Pedrito, al igual que yo y el Dogor tenemos once, Oscarcito tiene doce
porque repitió cuarto. Y bueno, el ser humano crece, y sobre todo a esta edad.
Pero Pedrito le atribuye a su inminente transformación en Lobizón ciertos
cambios que venían apareciendo en su cuerpo. Empezó a tener pelo donde antes no
tenía, la voz le cambia de a ratos, tiene hambre todo el tiempo, y parece que
todo le molesta, como si estuviera enojado con el mundo. “Es que me estoy
convirtiendo”, explica como queriendo pedir disculpas.
El próximo sábado es
luna llena, no hay forma de convencerlo de que él no es un lobizón. Para colmo
ahora el Dogor y Oscarcito comenzaron a creerle, aunque me parece que más por
morbosa curiosidad que por argumentos razonables. Pedrito, nos pidió que lo
acompañáramos el sábado a la noche. La idea es armar una pesca, e instalarse a
orillas del riacho para mirar la enorme luna llena reflejada en el agua. No
quiero estar solo muchachos, nos dijo. Si tiene que pasar, que pase. Pero
quiero que ustedes estén a mi lado, haciéndome el aguante. Los otros le
siguieron la corriente y se pusieron a armar la salida. Yo estoy seguro de que
es en vano, no va a pasar nada, y se los dije, a lo sumo los van a comer los
mosquitos. Yo no voy a ir, me encantaría ir, para verles la cara y reírme a
carcajadas, pero tengo prohibido salir en las noches de luna llena. Además, con
mis hermanos, mi mamá y mi papá vamos a estar en otra parte, lejos, aullándole
a la luna.
Nuuuuuuuuu. Muy bueno, me encantó!!!!! 👌👌👌
ResponderEliminarInesperado final. Me gustó
ResponderEliminar¡¡¡¡¡Una genialidad !!!!!
ResponderEliminar