Suerte

Es el primer día hábil del mes y Pedro ya cobró los pocos pesos de su jubilación. Bien temprano agarra la bicicleta y pedalea hasta la agencia que le queda de camino al supermercado. Desde hace bastante su esperanza se imprime en un ticket y tres números: doscientos pesos al 21 a la cabeza, con el 13 y el 17.
Después compra las mercaderías en el supermercado y regresa a la casa con las bolsas colgando del manubrio de la bicicleta. Pedalea pensando en lo que hará si saca la quiniela. Desde que se jubiló se le instaló la peligrosa convicción de que su destino depende de las leyes de la probabilidad quinielera.
Cuando regresa a la casa, Antonia, su mujer, ya tiene preparado el mate y las galletitas que dispone con delicadeza sobre una servilleta en una panera de vidrio, sobreviviente de los regalos de casamiento. Pedro guarda las cosas en la alacena, y en la heladera. Luego, la costumbre lo sienta junto a Antonia, a tomar mates en el patio, en el plácido silencio de una mañana de primavera.
Mientras sorbe la bombilla, y le sonríe a su mujer Pedro medita acerca de los posibles resultados de su apuesta: "Si saco la quiniela, me voy a la mierda, la dejo a la vieja, y me busco una más joven. Una parecida a esas que salen en la tele. Sí, eso es lo que voy a hacer ni bien cobre el premio".
Antonia le esquiva la mirada a Pedro, remueve la bombilla con más fuerza de lo acostumbrado y piensa lo mismo de siempre: "Si acierta esta vez, si saca la quiniela, le voy a envenenar la comida, y me voy a quedar con todo. Tanto joder. Sí, señor. Así va a ser".
La mala suerte mantiene unida a la feliz pareja desde hace más de veinte años.

© Sandro Centurión. 

 

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