Escribir un microrrelato

Escribir un buen microrrelato requiere de mucha reescritura, es básicamente un juego de depuración del lenguaje para construir un nuevo sentido que en una primera lectura puede pasar incluso inadvertida por el lector. En ese juego de depuración todo suma, por ejemplo el título. Titular un microrrelato es acaso la parte más difícil del trabajo. El título es la mitad de la historia y a veces incluso el 90 por ciento. De allí, que hay que hilar fino en ese sentido. En los buenos microrrelatos todo cierra, nada sobra, ni una coma. El gran desafío para los que escribimos microrrelatos es superar el repentinismo, la ocurrencia, que siempre es necesaria para arrancar pero luego hay que ver si sobrevive a las reescrituras y a las relecturas.
La primera lectura de un microrrelato en construcción es para el autor, y entonces uno se enamora de su texto y le parece lo más glorioso jamás hecho. Luego, en la segunda lectura y en las posteriores, conviene ponerse en la piel de otro para ganar cierta objetividad necesaria, imaginarse que lo lee tu peor enemigo, o un tipo, o una mina que no sabe nada de vos, o del lugar donde vivís. Los buenos textos sobreviven a estas relecturas, lo otros no.
A mí, a veces me ayuda nombrar a los personajes, darles una identidad, más allá del él y el ella. La primera persona también es una buena opción pues el texto gana en verosimilitud.
El humor y la poesía son siempre condimentos (en la medida justa) que ayudan a acercarse al lector. Por último, a veces hay que pensar: ¿para quién escribo?, ¿para mí?, ¿para otros?, ¿qué me quiero decir?, ¿qué les quiero decir?
No siempre hay una respuesta pero la búsqueda es lo interesante y divertido.

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