Pequeño acto de terrorismo urbano

©Sandro Centurión
La fila en el cajero comienza a hacerse cada vez más larga. Es primero del mes y el cobro de sueldos hizo salir la desesperación a las calles en busca de billetes. Mirko lo sabe y por eso se ha puesto él también en la fila. Hay cinco antes de él y detrás contó veinte. La fila avanza lento pero constante. Entra la viejita con su nieta y Mirko la escanea de pies a cabeza pero la chica lo ignora, entra el de la moto estacionada en la vereda que dejó el casco apoyado sobre el espejo, entra la señora gorda con la nena que no deja de torturar al celular de la madre, entra la parejita enamorada y demoran porque ella se hace la que no sabe dónde meter la tarjeta. Es el turno de Mirko que entra al pequeño cubículo del cajero, el aire acondicionado está encendido y por lo limpio del lugar se ve que hace un rato estuvo el muchacho de mantenimiento. Mirko se para frente al aparato, lo mira y presiona los botones, e imita la misma rutina que hicieron todos antes que él. Mirko no tiene tarjeta, no tiene sueldo alguno, no tiene nada que hacer en ese lugar, sin embargo ahí está por pura convicción y voluntad. Demora más de lo necesario y entonces sale. Levanta la cabeza, los mira a todos los de la fila. "No tiene plata" dice, y todos los de la fila se lamentan y putean. La fila se desbanda, uno que llega ve a los demás irse y también se va. Mirko también empieza a irse, mira hacia todos lados para confirmar el éxito de su trabajo. No queda nadie. Mirko camina satisfecho, y rumbea hacia el próximo cajero automático.

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