Grupo




©Sandro Centurión
Somos grupo. Desde siempre, y hoy más que nunca. La soledad es acaso inconcebible y por lo mismo inalcanzable. Millones de grupos son la evidencia del punto cúlmine de la evolución humana. Cuando tienes edad suficiente alguien te agrega a un grupo y desde ese momento les perteneces. La cantidad de miembros de un grupo es variable, los hay pequeños de diez o veinte, pero también los hay enormes grupos de más de dos mil integrantes. Una vez dentro, no hay escapatoria, no hay manera de salirse sin que los demás lo sepan, El Sistema se encarga de emitir las alertas. Lo más conveniente es adaptarse rápido e interactuar con los otros miembros. Porque, aunque nadie lo diga explícitamente estás obligado a decir algo, a ser parte activa e interesada del grupo, pobre de aquellos excluidos de la moderna civilización que no pertenecen a grupo alguno, la idea misma de la no pertenencia resulta aterradora. No hay más opción que relacionarte con los demás para lograr consolidar el grupo. Entonces, uno que intenta ser una persona sociable, lo hace, dice “Hola grupo”, “Hola gente”, “Buen día para todos y todas”, o cualquier otra expresión que considere propicia para demostrar un sincero interés en ser parte. Ni bien los demás se percatan de tu presencia, pasas a estar bajo la mirada microscópica de todos los integrantes del grupo: ¿y este quién es?, ¿qué se cree saludando así?, ¿sin pedir permiso?, ¿de dónde salió? Ahora bien, quien tiene la voz autorizada, quien gobierna el grupo, es el administrador. Para el caso puede parecer un tipo simpático, un alguien llamado, digamos Oscar. Oscar te responde el saludo. Te da la bienvenida, y te anima a participar. Es más, invita a todos a que te saluden y te den una afectiva bienvenida al grupo. Es entonces cuando, uno empieza a darse cuenta de lo que significa ser parte de algo incontrolable. Recibe una tracalada de buenos augurios y felicitaciones, caras sonrientes de gente que nunca había visto. Todo lindo hasta ahí, porque que mal puede haber en departir un rato con un grupo de extraños que solo quieren compartir sus ideas con uno. Entonces, alguien, no sé, digamos un tal Manuel, dice algo, sobre un tema cualquiera, porque en los grupos cualquiera es libre de decir lo que quiera, y ahí nomás se arma la conversa. Y los comentarios se enciman y se disputan el centro de atención. Todos parecen ser muy inteligentes, razonables, con opiniones sostenidas en teorías científicas de última generación. Cada grupo tiene su propia moral y una ética particular consolidada por los miembros más antiguos, y desde luego por el administrador. Entonces, en un momento, alguien, digamos Manuel otra vez, hace un comentario que a Oscar, que recordemos es el administrador, no le agrada, puede ser cualquier cosa. Insisto en la capacidad de impredecibilidad de la figura del administrador, pues en general solo interviene cuando alguna situación lo amerita. La mayor parte del tiempo sólo vigila. Entonces, el administrador lo elimina del grupo de manera definitiva y Manuel no está más, se fue, desapareció y es como si nunca hubiera existido. Hay un instante de silencio. Las eliminaciones no se cuestionan. Es la primera regla que sostiene la existencia de los grupos. Al rato, se reinicia la conversación, porque los grupos en general son muy dinámicos. Ahora bien, todos en el grupo son conscientes de que están bajo la inescrupulosa mirada de Oscar, el inefable administrador. En cualquier momento alguno puede ser eliminado. El grupo transcurre en un dinámico conversar ávido de sutilezas e ironías y alguna que otra analogía. Con el tiempo los integrantes del antes numeroso grupo van siendo eliminados, de a uno, de a dos, de a diez. El insondable criterio de Oscar, el administrador, manda. Hasta que solo quedan unos pocos sobrevivientes.
¡Felicitaciones! se han ganado el derecho de administrar sus propios grupos, dice Oscar, el administrador. Todo se oscurece por un momento y luego, cuando la luz vuelve El Sistema te ha transportado a una nueva sala, repleta de desconocidos, pero ahora, uno ya sabe cómo viene la mano. Hola, soy Oscar, el administrador de este grupo, les decís, y al igual que él, ahora, vos también sostenés un arma en la mano, y estás listo para ganarte tu derecho de ser un individuo.

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