Fondo de tango

La música, la radio. Eso. Escribí que hay una radio vieja a la que sólo le funciona la AM. Está encendida y se oye un tango viejo, de los viejos viejos.
"¿Me da su permiso, señor comisario?
Disculpe si vengo tan mal entrazao,
yo soy forastero y he caido al Rosario,
trayendo en los tientos un güen entripao.
Acaso usted piense que soy un matrero,
yo soy gaucho honrado a carta cabal,
no soy un borracho ni soy un cuatrero;
¡Señor comisario... yo soy criminal!..."
A Mario le gusta el tango. A Mariano le da lo mismo cualquier cosa que suene y que no lo deje sólo con su silencio. Dale, escribí, ya sé que a vos también te gusta el tango, escritor. Cómo no saberlo si tenés encendida esa porquería todo el santo día meta dos por cuatro. Ya sé que a Malena no le gustaba el tango, lo odiaba casi tanto como te odiaba a vos. Claro que te odiaba. No me lo niegues ahora. Poné que puede sentirse el aroma a dinero, a plata, a guita, como quieras llamarlo, que escapa de unas bolsas abiertas que quedaron tiradas en un rincón. Al principio habían contado cada billete, habían jugado con todo ese dinero, lo habían tirado al techo, hacían avioncitos y barquitos como si fueran dos chicos, pero después simplemente se aburrieron de la guita. El aburrimiento es demasiado peligroso, porque te labura la cabeza y lleva a hacer tonterías. El aburrimiento mata, cierto escritor? Ahora, el tiempo está detenido, estancado. Es el purgatorio para dos tipos acostumbrados a moverse, a bailar en medio de las balas. Pero están ahora en una sala de espera con tango de fondo. Lo de estos dos, Mariano y Mario fue un trabajo perfecto, sin sobresaltos ni cabos sueltos, una obra de ingeniería. Un trámite al que sin embargo le falta una firma para darlo por terminado. Mariano hizo el trabajo muscular y Mario la logística. Hacen un buen equipo los dos. Pero que sabes vos de trabajar en equipo, si siempre te las arreglaste solo, la mítica soledad del tanguero que lejos de su patria muere de melancolía. Pero ese no fue tu caso, Malena, en cambio. Ya es tarde para la melancolía. Es tarde para todo, pero ves para escribir todavía hay tiempo. Escribí que en ese purgatorio la mayor parte del tiempo se la pasan comiendo, escuchando los tangos interminables en la radio y jugando a los naipes. Silencio de celulares y de cualquier comunicación con el mundo exterior es el mandato. Para todos están tan muertos como los custodios que quedaron repartidos en la vereda del banco. Qué otra cosa se puede hacer. Hasta que la calle se enfríe y haga falta calentarla de nuevo. De eso se trata todo, es una cuestión de temperaturas, calentar el cuerpo propio y enfriar el del resto. Y luego, el tiempo se muere y gobierna esta espera tediosa,y la mugre y el frío, y los recuerdos. Esperar es aguantar el tiempo. Pero aguantarlo sobre el lomo. La música está ahí otra vez, escapándose entre los huecos de la intemperie, como una letanía, como una plegaria.
Humedad...
Llovizna y frío...
Mi aliento empaña
el vidrio azul del viejo bar.
No me pregunten si hace mucho que la espero:
un café que ya está frío y hace varios ceniceros.
Aunque sé que nunca llega
siempre que llueve voy corriendo hasta el café,
y sólo cuento con la compañía de un gato
que al cordón de mi zapato lo destroza con placer.
Ahora, hagamos que la cosa se complique, escritor, para estos dos sinvergüenzas. Poné que no están solos. Atada a una silla en la piecita del fondo está una mujer joven y bonita. Una rehén que se trajeron del robo. Con eso es suficiente para que todo cambie de rumbo. Ella también espera. Aguarda el destino que le depara su suerte. Ella no ve lo que pasa, tiene los ojos vendados. Pero escucha todo, tiene los oídos más abiertos que nunca. Oye la voz ronca de Mario, que canta entre dientes, y la risa idiota de Mariano pero sobre todo escucha la música, el tango que se le mete en la cabeza.
"Si ves unos guantes patito, ¡rajales!;
a un par de polainas, ¡rajales también!
A esos sobretodos con catorce ojales
no les des bolilla, porque 1e perdés;
a esos bigotitos de catorce líneas
que en vez de bigote son un espinel...
¡atenti, pebeta!, seguí mi consejo:
yo soy zorro viejo y te quiero bien."
*
_ No vale la pena. Acaso no te das cuenta. Te lo digo por tu bien, vas a complicar todo. No hay ninguna necesidad de volverse pelotudo de golpe.
_ Tenemos un trato.
_ Con la guita de tu parte vas a poder tener a las minas que quieras.
_ Quiero a esta, me gusta.
_ Mirá negro, hay dos cosas que no me gusta hacer regalar y perder, y mucho menos mujeres. Si la querés vas a tener que sacrificar tu parte. Y sin guita no vas a tener a ninguna mina. Mejor vamos a dejar que el azar defina la suerte. Si ganás yo me abro y te la llevás de acá, si perdés me quedo con tu parte y con la piba.
Escuchá escritor, es evidente que el conflicto es la muchacha. Mariano y Mario se rigen por sus propias reglas, las que van armando y desarmando a medida que la vida se les pone delante de lo que cada uno quiere. Entonces hay que poner alguna regla, aunque sea para disimular. No hace falta decir nada más ni siquiera un apretón de manos. Apoyan las armas sobre la mesa y Mariano reparte los naipes. Apenas cruzan un par de miradas durante el juego que dura poco. Cuando la partida termina todo está resuelto. Mariano se acomoda el revólver en la cintura, bebe de un trago la cerveza caliente que queda en el vaso y se dirige hacia la pieza del fondo. En la radio se oyen los acordes de un tango que termina y de otro nuevo que arranca.
¡No hables mal de las mujeres!
Que hasta tiembla Dios, que escucha,
Porque Él sabe que tú caes, en fatal murmuración.
¡No hables mal de las mujeres!
Que sin ellas en la lucha de la vida,
Flaquearía sin cesar, el corazón.
¡No hables mal de las mujeres!
Que retemplan nuestros pechos
Con caricias y ternuras y con magia celestial,
Y la vida nos adornan, cual finísimos helechos.
¡No hables mal de las mujeres, que no saben hacer mal!
*
Mario se queda sólo por un largo rato, su propia espera dentro de la espera más grande. Los perdedores siempre se quedan solos, como vos escritor, que estás solo como un perro, como te dijo Malena, te acordas? Dale, escribí que Mario juega con los naipes. Los examina de a uno y luego los ordena. Como si quisiera confirmar que están todos. Cuarenta naipes exactos. Luego, toma un vaso de cerveza y la bebida se hace sentir en su garganta y le ayuda a quemar la bronca por dentro. Acomoda su cuerpo en la silla y simula la última mano de truco, la que acaba de perder. Sabe que no podrá sacarla de la cabeza hasta entender qué fue lo que hizo mal.
Digamos que afuera la calle está oscura como siempre. No hay mucho para ver. Lo interesante, o lo único para ver, está dentro de ese sucucho con olor a humedad y encierro. Una brisa suave y fresca proveniente del sur desfila por los pasajes oscuros de la villa, estrella el polvo y los restos de basura que levanta en su andar contra las ventanas iluminadas por el resplandor de focos moribundos que acompañan otras esperas interminables. Otro tango suena.
"A oscuras
hoy me muero por tu olvido.
A oscuras
voy sangrando en mi dolor.
Y ni la luna, ni cien soles
ni cien lunas
quebrarán estas tinieblas
donde me perdió tu amor..."
Dale escritor, concentrate. Escribí que Mario pasa un rato jugando con los naipes sobre la mesa, lentamente, marcando el ritmo de la espera, de esa espera maldita y del frío que carcome cada uno de sus huesos de hombre duro. Después se dedica a observar la oscuridad que se arrima insistente a la diminuta ventana. Está nervioso, inquieto y desde luego fastidiado con la interminable espera, con las sirenas de la cana que aullan a la distancia y con su puta suerte. Por una cabeza suena con ironía en la radio.
Cuantos desengaños, por una cabeza,
yo juré mil veces no vuelvo a insistir
pero si un mirar me hiere al pasar,
su boca de fuego, otra vez, quiero besar.
Basta de carreras, se acabó la timba,
un final reñido yo no vuelvo a ver,
Cómo se iba a imaginar perder con un siete de espadas. Para hacer más cruel su derrota escribí que ahora el silencio de la noche le hace escuchar el llanto de la piba, y los gemidos de Mariano provenientes de la habitación del fondo. Sube el volumen de la radio y deja que el llanto del bandoneón inunde la noche.
"¡Calla bandoneón!...
¡Calla, por favor!...
Tus notas me entristecen nuevamente,
tus notas me recuerdan ese amor.
¡Calla bandoneón!...
¡Calla, por favor!...
El tango que tus teclas hoy entonan
es ese que escuché con el adiós."
*
Ahora viene lo mejor, escritor, no te duermas, escribí. El desenlace. El foco titila un par de veces y luego se apaga. Mario se queda en silencio y espera en la oscuridad. Detesta esperar casi tanto como perder. Todavía esconde en la manga una carta que no se atrevió a jugar, para no hacer trampa como otras veces, para ganarse el botín por derecha esta vez. Sin embargo todos sabemos que la única manera de ganar es haciendo trampa, vos lo sabes mejor que nadie, escritor. Es la regla básica de tu juego. Sin embargo, a lo único que no se le puede hacer trampa es al tiempo, y a la muerte.
Un tiro, escritor. Simple y contundente. Un tiro en la oscuridad. La música no se interrumpe. El tango no para. Mario no hace nada, nada hay por hacer. El tiro vino de adentro de la casa. Saca un cigarrillo del bolsillo de la campera, para apaciguar el alma y quemar el tiempo. Lo enciende, y entre las chispas del encendedor se ve a la piba que semidesnuda se le acerca, lo mira y lo apunta con el revólver de Mariano todavía humeante.
Fin. Ahí termina la historia, o lo que te acordás de aquella noche, escritor. La noche de la espera, la noche que los mataron a los dos, o crees que el lector y yo no nos dimos cuenta quién es Mario. Está bien, la vida es siempre ficción, sobre todo la tuya. Está quedando bueno el cuento, siempre tuviste imaginación para llenar los huecos de la memoria, huecos hechos por el plomo de las balas. Mientras tanto, hay que seguir esperando, y escribiendo, siempre quisiste escribir, y por ahora no tenés nada mejor que hacer. Dale que empieza otro tango. Volvamos a empezar. Esta vez vamos a pensar otros nombres y vamos a cambiar el lugar. Pongamos que son las cuatro de la mañana, a esa hora el tiempo parece transcurrir aún más lento.
"Moriré en Buenos Aires, será de madrugada,
que es la hora en que mueren los que saben morir.
Flotará en mi silencio la mufa perfumada
de aquel verso que nunca yo te supe decir.
Andaré tantas cuadras y allá en la plaza Francia,
como sombras fugadas de un cansado ballet,
repitiendo tu nombre por una calle blanca,
se me irán los recuerdos en puntitas de pie.
Moriré en Buenos Aires, será de madrugada,
guardaré mansamente las cosas de vivir,
mi pequeña poesía de adioses y de balas,
mi tabaco, mi tango, mi puñado de esplín."
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