No toquen mis cartas
© Sandro Centurión
La partida de truco estaba a punto de definirse, el marcador indicaba 12 a 10 en buena para el negro zombi y yo. Entonces, pasó aquello. Kelonios Bornes liquidó en el tercer trago la botella de vodka, dijo “permiso, muchachos, ya vuelvo. No toquen mis cartas o les corto las manos” y se dirigió al sanitario con aparente paso firme.
La partida se detuvo, y acaso también lo hizo el tiempo, fue como si desde entonces la noche nos hubiera pedido prestados los chistes malos, el pensar espontáneo, la risa fácil y la reflexión compartida. La espera se hizo recuerdo, y habitó entre nosotros.
Es cierto que aquella noche fuimos varias veces a ver qué le había pasado a Kelonios Bornes. ¿Todo bien?, le preguntaba, todo bien, me respondía, no toquen mis cartas o les corto las manos”. Entonces, lo dejábamos sólo en el sanitario y volvíamos a la espera, a la charla, al vino comprado a deshora en lo de don Octavio, a contar historias ya contadas tan solo para disfrutar escucharnos unos a otros volver a contarlas. Al amanecer nos fuimos, sobre la mesa quedaron las cartas de una partida inconclusa. “Nos vamos Kelonios, ¿todo bien?”, le dije. “Todo bien. No toquen mis cartas o les corto las manos”.
Quince años después Kelonios Bornes sigue en el mismo lugar, encerrado en el sanitario recuperándose de a poco de aquella borrachera inagotable. Sabemos que está vivo. “¿Todo bien?” le pregunto. “Todo bien”, me responde, “no toquen mis cartas o les corto las manos”. Entonces, como todos los viernes, de los últimos quince años, los tres volvemos a la mesita de madera. Yo miro mis cartas y espero a que Kelonios en algún momento salga. Ha de tener una buena mano, digo, y pienso que a lo mejor con el siete de oro y el as de bastos no alcance para ganarle.
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