La maldición
Otra vez es medianoche, otra vez hay
luna llena. El haz de luz entra por la ventana entreabierta y aporta algo de
claridad a la habitación en penumbras. El hombre se pasea por el cuarto como un
animal encerrado. Tiene el pelo revuelto, la camisa desprendida y está
descalzo. Acaba de encender un cigarrillo y el humo parece apaciguar su ansia. Ahora
ataca el vaso de whisky, lo carga, lo huele, y lo bebe a sorbos. Se
acerca a la ventana, la abre por completo y observa la luna enorme, la noche,
la oscuridad, acaso también su destino. Ahora ya no es él, es otro. Sus pensamientos,
su moral, sus certidumbres lo abandonan hasta que su cuerpo ya no soporte el
abandono. Ahora es Hyde, es Frankenstein, es Drácula, es una voz anónima, un
grito de terror, un amante, un silencio, un murmullo, una palabra prohibida.
Una vez más la maldición lo
atrapa. Sin más remedio, se sienta frente al teclado, y escribe.
Brillante, Sandro.
ResponderEliminarEsperaba otro final (el protagonista transformándose en hombre-lobo, je), y me sorprendiste, para bien, con ese escritor apareciendo allí.
Me encantó.
¡Saludos!
Gracias Juan, la sorpresa es el arma preferida de la microficción, la vuelta y contravuelta de tuerca. Salirse de pista y derrapar, como un auto sin frenos. Gracias por leer y comentar.
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