Incontenible


La ciudad yace envuelta por la noche, parece desierta. Antonia regresa a su casa luego de un largo día de trabajo. Camina de prisa, con la cabeza gacha. De un oscuro callejón sale un malhechor y arremete contra ella. Le apunta con un arma y le exige que le entregue el dinero que lleva encima. Antonia levanta la cabeza, lo mira a los ojos y se sonríe. Al principio es una sonrisa nerviosa, acaso inocente pero en un instante se convierte en una risotada que explota sin control. El delincuente intenta dispararle, acallarla definitivamente pero el arma no funciona. La mujer no aguanta la risa, intenta controlarse pero la risa la desborda, la supera, se apodera de su ser. Le saca lágrimas, le hace doblar las rodillas, le retuerce el estómago, finalmente cae al piso y se revuelca de la risa. 
El hombre maldice por lo bajo y huye lo más rápido que puede. Al tiempo que se encienden las luces en las ventanas de los vecinos. La mujer, tirada en el piso, no para de reír. Pronto, un vehículo de seguridad ubica al delincuente que corre con desesperación. Le ordenan detenerse. El hombre los ignora. Se inicia una persecución durante varias cuadras. Aparecen otros vehículos de seguridad. Finalmente acorralan al hombre. Las luces de las patrullas le iluminan el rostro. Sabiéndose vencido arroja el arma y levanta las manos.
_ Soy serio_ dice_ soy serio, se los juro_ repite varias veces. Y frunce la frente con esfuerzo.
Permanece rígido durante unos segundos, sin embargo la risa se le dibuja en el rostro. Una ronca carcajada involuntaria escapa de su garganta y lo hace hincarse de rodillas.
Otra patrulla llega. En la radio se alerta de la ubicación del infectado. La risa es altamente contagiosa, y la epidemia asola en todos los rincones.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La venganza del hisopado

El gran igualador